(Así me sentía yo al escribir. Arte de Brecht Evens)

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Me dolía todo
Hasta que
Me cayó un rayo.

D

Este tío las mata callando, pero se va a enterar.

No pude evitar aquel arrebato. Me levanté de la mesa y me acerqué al tipo que no dejaba de mirarme. Le solté un puñetazo en la nariz que me dolió la mano durante días. Sus amigos me dieron la consecuente paliza y me fui a casa. Me metí en la cama, calentito entre las sábanas que ya empezaban a pegarse a la sangre que salía de mi cuerpo, y me dormí.

Por la mañana, había sangre seca en algunas partes de la cama y me costó separar la cabeza de la almohada. Me duché intentando no mirarme en el espejo del baño mientras llegaba hasta la ducha. No sé cómo estaría antes de la ducha, pero el agua no mejoró mucho mi estampa. Tenía el cuerpo magullado, recorrido por todas partes de moratones y pequeños cortes. Mi cabeza mostraba una fuerte contusión y me dolía con mayor intensidad a medida que me despertaba.

Tengo un puto sueño recurrente que me gustaría contaros, a ver si se me pasa. Pero es que mis padres se están cargando un seto que tenemos compartido con los vecinos. No es un seto, es una enredadera que hace las veces de separador entre nuestro jardín y el de los vecinos. Esta diferencia es importante, pues permite comprender porque lo están cortando. La enredadera tiene troncos enormes y ramificaciones eternas que se alzaban a lo alto. Todo ese peso recae sobre una vaya de alambres mierdosa que originalmente separaba los terrenos. En algunos lugares, el metal de alambre ha sido integrado por el tronco, y conviven juntos en armonía. Mi padre está cortando sólo la parte de arriba, la más innecesaria, sin impedir que el resto de las hojas sigan proporcionando cierta intimidad.

Pese a lo pertinente de sus acciones, lo cierto es que está diezmando la enredadera, dejándola desnuda, y todo sin consultar a los vecinos, que no pasan por aquí muy a menudo. Mi madre ha dicho que le importa poco lo que puedan decir los vecinos, que esa enredadera hay que cortarla, porque está tirando la valla de alambre, y así se ha hecho. Poco a poco, rama por rama, la enredadera acaba vencida ante la sierra de dientes afilados y el brazo cansado de mi padre.

Siempre hay algo que hacer en esta casa. Nunca no hay nada que hacer. Siempre hay algo que picar, cortar, podar, arreglar, limpiar, regar, tirar, comprar. Siempre algo. Pasan los años, pasan cosas, se hacen cosas, pero siempre hay algo más. No me lo explico, pero así es. Si no tienes cuidado, te puedes quedar aquí para siempre, haciendo cosas, porque cuando termines de hacer la última cosa, la primera que hiciste hace años habrá quedado vieja y te tocará quitarla, comprar una nueva y cambiarla. Es el universo comprimido en un jardín y unas cuantas habitaciones, el infinito representado por el exceso al que siempre se da la naturaleza, con su paciencia y su progreso imparable capaz de destrozar y envejecer y derribar todo, si sólo se le da el tiempo suficiente.

Escucho una canción de rock en español que se llama Strokes y luego una que se llama Cello Suit in G Major, BMW 1007: I. Prélude. No sé qué pensar de esto. No pienso nada.

Supongo que lo escrito al principio era el comienzo de la misma fantasía de siempre, que se mantiene como eso, una fantasía que quizás un yo más valiente acometería, pero que yo, ahora mismo, ni me planteo. Aunque sí disfrutaría pegando a alguna gente en la nariz hasta que me sangrasen los nudillos. Quién sabe, quizás algún día…

Creo que no debería publicar esto en mi página web.

Pero llevó días atascado porque las historias que he escrito hasta ahora de repente me parecen aburridas de narices y no sé qué otra cosa puedo hacer, tengo que buscar algo nuevo, más intenso. Esto no es lo que estoy buscando, pero quizás me ayude a salir del barrizal en el que me he metido. Estoy intentando escribir un libro, y me he dado cuenta de que es una puta locura, pero no me he rendido todavía. Ya me ha vencido la tarea tres veces. En tres ocasiones he llegado hasta las treinta o cuarenta páginas y he desistido, ante la creciente complicación de la trama, la infinitud de lo que queda todavía por escribir, la indecisión sobre el futuro de los personajes y la historia. Todo se me junta, se me hace bola en la parte alta del estómago, y lo dejo. No es algo brusco, que decida en una mala noche, sino algo más disimulado, que se esparce en el tiempo. Primero dejo de escribir el libro a diario, luego dejo de escribir todas las semanas, y así poco a poco se me olvida la trama y el libro desaparece entre mis documentos de google. Aunque nunca se me pasa del todo, porque mi mente rumia de vez en cuando con los personajes y la historia de esos libros que no acabé porque me sentía incapaz.

Definitivamente no voy a publicar esto en la página web.

Hay una constante en todo esto, véase, que sigo intentándolo, como un burro ciego. En vez de dedicarme a escribir otras cosas, en vez de aparcar mis aspiraciones más utópicas para un futuro en el que este más preparado, me pongo a escribir otro libro. Intento no hacer caso a esa necesidad, dedicarme a las pequeñas historias y los artículos y tratar de contentarme con eso. Sin embargo, antes o después, siempre, exploto. La necesidad de escribir algo importante, largo, difícil, complejo, crece hasta convertirse en mi único pensamiento, y empiezo a pensar otra vez en una nueva trama, nuevos personajes y todo eso.

Podría prepararme mejor, crear la historia y los personajes con precisión antes de empezar a escribir, pero no me da la cabeza para tantas hipótesis. Tengo que ponerme a escribir ya, y luego voy sufriendo con cada decisión y cada rasgo de los personajes, hasta que me abrumo y lo dejo.

Y la historia se repite, una y otra vez.

No sé qué importancia puede tener esto para vosotros, la verdad.

Necesitaba escribir.

Espero que hayáis podido sacar algo de todas estas palabras.

Aunque sólo sean las canciones.

Ahora estoy escuchando Hurricane, de Bob Dylan.

Y la primera canción es de Karavana.

Daniel Alonso Viña
4.4.21